
Este texto se corresponde con un poco de experiencia propia (pequeña pero experiencia al fin) y conclusiones subjetivas de la vida en general.
La responsabilidad de las acciones, la libertad de elegir con autonomía de decisión solamente condicionada por el misero y vago sentimiento de pereza. Esos factores son los que forman el envase del infeliz.
Es el que decide perder su tiempo en la creación de proyectos que no sobrepasan las 4 paredes de su habitación. El que piensa que la realidad deviene del dinero que su familia puede aportar para su subsistencia.
No conoce el esfuerzo, ni conoce la necesidad. Él delega, delega su destino y junto a el su porvenir. Forma, de acuerdo a como es la economía del bolsillo de su familia, un bunker de pelotudez interminable donde presiente que puede desarrollar su idea (sin contenido) de futuro.
Se acuesta en el horario en que la mayoría de la población sale a pelear el contexto y diagramar su vida (trabajar), mas o menos calculadas las 6 de la mañana (porque todo lo escrito en párrafos anteriores nos da el indicio de que este ser humano no realiza ninguna labor productiva). Amanece y desayuna cuando la mayoría merienda y vuelve de su jornada laboral (que vida no?).
Como buen argentino tipo, tiene bien en claro que las cosas buenas que le pasan provienen de la buena voluntad de un tercero, o en su defecto, de su propia mínima y obtusa actividad productiva. Además afirma (con la seguridad propia de un ignorante) que detrás de las cosas malas que le pasan se encuentra siempre la mala intención de alguien (No es autocritico con su accionar).
Tiende a crear una tabla de valores donde el dinero ocupa el primer escalón, donde el esfuerzo no existe y donde la ineficiencia para el trabajo es prácticamente total.
Vive en un vacío, sin proyecto ni sentido donde con dificultad pueda radiar bondad o generosidad. Su manera de comprometerse es la no participación, esperando que la solución llegue como por arte de magia.
Es comprensivo, suele estar cuando se lo necesita, suele acompañar en los malos momentos, presta su palabra de aliento y su consejo neto de amistad. Pero su afán de progreso (manchado por su pereza y vaguedad) y su desesperación por el dinero, lamentablemente, deforman su persona y lo transforman en el reflejo de una sociedad de consumo, superficial, de mínimo esfuerzo y de solidaridad por conveniencia.
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Una sopa con sabor.